CEIP GINER DE LOS
RÍOS (MARACENA)
COORDINADORA DE IGUALDAD
Verónica Pajares
Villén
Trabajar
días importantes como el 8 de marzo, con los alumnos-as más pequeños-as,a veces
nos puede resultar complejo.
Los cuentos son un maravilloso
recurso que siempre funciona en estas edades y si además somos capaces de
contarlo escenificándolo y dándole la entonación adecuada, tendremos la
atención de todos nuestros niños-as garantizada.
Intentar darles a conocer el personaje de WangariMaathai, puede parecer
en un principio algo dificultoso,
pero…todo cambia si transformamos su biografía en un cuento real.
EL SUEÑO DE WANGARI
Wangari era una niña pequeña que
vivía en un pueblecito de África en un país llamado Kenia. Su cabaña estaba
hecha de troncos de higuera de la misma manera que la de sus amigas Muda y
Elika. Las ramas de este árbol, servían a la madre de Wangari para prender el
fuego y cocinar la comida de cada día. En verano, la higuera se llenaba de
frutos sabrosos que Wangari y sus amigas
se disputaban con los monos y otros habitantes del bosque. Cerca de la cabaña,
había un riachuelo, salvaje como los animales que iban a beber al amanecer. El
lugar preferido por la niña para jugar, era un bosque de higueras pero, entre
todas ellas, había una que le gustaba mucho.
Era un árbol muy viejo, grande como las jirafas que a veces divisaba en
la sabana, con una copa ancha tanto, como la espalda de los elefantes que,
algunas noches, oía remolonear por los alrededores. Como era tan viejo, el árbol tenía un tronco
retorcido, con bultos y agujeros que le permitían subir hasta donde las ramas
tejían redes de verdor. Allí arriba, la
niña se construyó su propia cabaña. Con las maderas que encontraba y con las
que sobraban de la construcción de las cabañas de verdad, consiguió hacerse un
hueco entre las hojas de su viejo amigo.
Se encontraba muy bien allí
arriba. Podía observar todo el pueblo. Veía a su amiga Muda cuando salía a
jugar, o cuando el pequeño impala bebía por las tardes en el riachuelo. Encima
del árbol tenía compañía, los pájaros que hacían sus nidos, las pequeñas
serpientes de color verde que se enroscaban por las ramas delgadas, la caravana
de hormigas que recorría el tronco, los murciélagos que por la noche, se
alimentaban de sus frutos. ¡Y qué buenos eran los frutos de la higuera! En
el estío, la higuera era la mejor
despensa de la zona, higos grandes y morados que se agrietaban con el calor del
sol. ¡Y qué bonita era la vieja higuera!, casi como una amiga.
Pero un día llegaron unos hombres
extranjeros y se reunieron con los hombres del pueblo. Wangari intentó escuchar
lo que decían pero no pudo entender sus palabras. Por fin se marcharon, pero al
cabo de una semana, volvieron cargados con herramientas metálicas, sierras y
enormes camiones de colores. Los camiones le gustaron muchísimo. Muda, Elika y
ella quisieron montar en ellos pero los hombres blancos no les dejaron; les
dijeron que tenían mucho que hacer y que ya estaba bien de negros gandules que
no sabían lo que se decían. Su alegría al ver el camión se esfumó enseguida:
Pero, ¿Qué hacían los extranjeros? Uno por uno, cortaron todos los árboles, la
vieja higuera también, los cargaron y se marcharon con mucho ruido dejando el
campo pelado y la tierra desnuda.
Por la noche Wangari no quiso
cenar; se acostó en su esterilla y lloró mucho rato en la oscuridad.
Pasó el tiempo y la temporada de
lluvias se hizo esperar. El cielo era de un color blanquecino turbio por el
calor que no cesaba. De la tierra se levantaba un polvillo que entraba por la
nariz y no dejaba respirar.
Pasaron días y más días y no
llovía. El riachuelo empezó a adelgazarse y ya no cantaba como antes. Las ranas
tampoco se oían al anochecer mientras que, en el cauce, sobresalían unas
piedras redondas que nunca había visto.
Los animales estaban nerviosos.
El agua que quedaba era de color marrón y a ellos no les gustaba para
beber.
Su madre, un día, dijo que no
tenía leña para cocinar. Por la noche Wangari tenía hambre. La familia comió un
poco de mandioca sin cocer.
Por fin llovió, pero el agua
corría por la tierra desnuda y se la llevaba no se sabe dónde. La lluvia
dibujaba acequias y líneas muy profundas allí donde antes estaba la vieja
higuera.
La niña estaba muy triste y sus
amigas también. Ya no podían jugar a esconderse detrás de los troncos de los
árboles, la cabaña en el árbol había desaparecido y el riachuelo cada vez
estaba peor. Aquella noche Wangari se fue a dormir con lágrimas en los ojos
pero… tuvo un sueño:
Había crecido. Se había
convertido en una mujer que volvía al pueblo con un saco a la espalda. - ¿Qué
llevará en este saco?
Se acercó al lugar donde antes
había el bosque de higueras y puso la mano dentro del saco. Sacó unas cosas
diminutas que casi no se veían, se agachó, hizo un agujero en la tierra y
colocó dentro aquellas cosas. Las tapó con tierra, fue al riachuelo, cogió
agua, y la regó.
Durante mucho rato, hizo este
trabajo y cuando acabó, empezaron a crecer pequeñas plantitas que pronto se
convirtieron en árboles y como por arte
de magia, volvió a aparecer un bosque como el que existía antes. Enseguida
empezó a llover pero la tierra ya no huía no se sabe dónde porque las raíces de
los árboles la retenían y el riachuelo empezó a cantar feliz.
Se puso tan contenta, que decidió
que lo contaría a sus amigas y que, juntas, buscarían semillas para sembrar
tantos árboles que la tierra estaría
contenta, su madre tendría leña para prender el fuego y ellas podrían jugar
como siempre.
(Àngels Cardona)
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